Baños que saben a mar

“Primer día de playa, primer baño de sal…”

Este pasado sábado tuve el placer de disfrutar de nuevo, del poder curativo de un baño de mar. A pesar de que la liturgia de la limpieza y no digamos de las terapia “wellness” son relativamente recientes, desde que las descubrimos, se han convertido en un refugio al que deseamos volver. El baño de playa no deja de ser una extensión de estas prácticas o viceversa. A diferencia de un baño en nuestro refugio personal, dejamos que nuestro cuerpo se empape primero de brisa, después de sol para dejarlo sediento de mar y humedad.

El primer baño de mar de cada temporada es de las pocas cosas que sigue manteniendo año tras año el efecto de ser “el primero”. Nuestro cuerpo, escondido tantos meses, bajo la cobertura del calor de nuestros tejidos en defensa del frío, la lluvia, el viento, se muestra y se expone al exterior de manera, en cierto sentido, indefensa. Y, sin embargo, pasa poco tiempo hasta que la memoria de la piel vuelve a reencontrase con el abrazo de la brisa y la risa incontenible que provoca tocar de nuevo el agua en la orilla, todavía fría y virgen.

Un baño de sal que, por contradictorio que parezca, sólo adquiere sentido al fusionarlo con el sabor del agua dulce de nuestro ducha, ya en nuestro baño, en el que nos buscamos en el espejo para recoger el gesto relajado y las mejillas sonrojadas que esa primera jornada de mar nos ha regalado a cambio de nada.

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